miércoles, 10 de febrero de 2016

Humildad como cualidad de un líder



Cuando uno se pone a analizar las cualidades de un buen líder se le ocurren adjetivos como respeto, trabajo en equipo, disciplina, integridad, responsabilidad, equidad, atención … ya tenemos difícil encontrarlas integradas en una persona en los niveles adecuados, y seguro que me he dejado alguna característica más. Hay un adjetivo que me he dejado conscientemente porque creo que merece una reflexión aparte, ha sido motivo de “discusión” en varias ocasiones entre mis conocidos y hay opiniones para todos los gustos. ¿Está reñida la humildad con el liderazgo?

Antes de decidir si está o no reñida con esta cualidad humana, quizás sería bueno pensar en qué entendemos por humildad, que nada tiene que ver con la falsa modestia ni en infravalorarse por principio. La humildad es más el ser auténtico, sin pretensiones ni arrogancia, el saber reconocerse a uno mismo, sus virtudes y defectos y saber vivir con ello, actuando sobre los puntos fuertes para mejorarlos y sobre los débiles para mejorarlos. Mi padre me dijo una vez: “Allá donde vayas, siempre te podrás encontrar a personas que son mejores y peores que tú, pero lo importante es saber ocupar tu sitio entre ellas”. No sé si él se acordará de habérmelo dicho ni si la frase es o no suya (si no lo es, mis disculpas al autor), lo que sí me sirve es para ilustrar lo que yo considero humildad y, desde ese punto de vista, ¿en qué punto está reñido con el liderazgo?

Sin la humildad el líder no estará preparado nunca para la transición. El líder que verdaderamente lo es tiene que ser capaz de dar sucesión a su liderazgo, y no sólo eso, sino preparar al gran líder que ha de venir tras él y concebir el liderazgo no como su cualidad propia, sino como un proceso de crecimiento conjunto, suyo y de su equipo. Quizás esta sea una de las partes más complicadas del liderazgo, preparar tu propia salida mediante el desarrollo de tu equipo, identificando fortalezas y debilidades de cada uno de los miembros del equipo, desarrollándolos de manera que den continuidad a los planes de la empresa y que compartan su estrategia, su visión. Es la parte más difícil porque quizás la sociedad en la que vivimos, de competencia y “tiburones” no se prepara la sucesión, sino que nos “amarramos a la silla” y le ponemos freno al crecimiento de los demás por miedo a perder nuestro estatus y así, cuando surge la situación, lo único que ocurre es que el que ha sido un buen líder deja de serlo. Un buen líder tiene que tener la humildad necesaria para identificar y preparar al que es mejor que él, rodearse de los mejores, y apartarse en el momento oportuno y ceder “el mando”. Saber que hay momentos en los que hay que dejar que otros sigan lo que uno ha arrancado e ir a por otro proyecto que construir, otro equipo que liderar, otro líder que crear.

Si alguien asume roles y aspira demasiado alto por vanidad u orgullo, se engañará a sí mismo, pero si sabe aceptar la verdad sobre sí mismo, desarrollará gradualmente un concepto más preciso de su propia persona, lo que lo convertirá en un mejor líder.

Al fin y al cabo, la humildad es la que le permitirá a un líder reconocer que depende de sus seguidores, de su equipo, por lo tanto no debe empañar su visión, solamente reflejándose a sí mismo. Es la cualidad que calla nuestras virtudes, pero que debe dejar que los demás las descubran.

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