jueves, 20 de julio de 2017

Seguir caminando...

Ruta de Sar - Santiago de Compostela
A todos nos gusta saber qué va a pasar, hacer planes, y que se cumplan. Sin embargo, en la vida también tenemos que estar preparados para seguir caminando cuando sólo vemos un trozo del camino, justo el que tenemos delante de nuestros pies, cuando no sabemos lo que habrá tras el siguiente recodo, y sólo podemos imaginar, o desear, lo que habrá al final. La primera vez que se recorre un camino siempre intentamos planificar el viaje pero, ¿qué ocurre cuando hay imprevistos? ¿qué pasa si las cosas no salen como teníamos pensado? ¿hasta dónde podemos influir en lo que ocurre? A veces en muy poco, y sólo nos queda intentar que nuestra reacción ante esas cosas  que nos suceden, nos ayude a seguir construyendo nuestra vida y no nos quedemos parados esperando a que algo pase... porque lo más seguro es que si no hacemos nada, nada acabe pasando, salvo nuestra vida sin vivir.

La vida es un viaje en el que hay que seguir andando, siempre hacia delante, no hay posibilidad de parar ni de retroceder, sólo nos queda avanzar para descubrir qué habrá al doblar la esquina. Muchos dicen que para eso hay que ser valientes, que el valor tenemos que encontrarlo en nuestro interior. ¿Es de verdad esto cierto? Yo creo que nadie es valiente ni cobarde, sino que el valor lo demostramos, o no, en cada decisión que tomamos, en cada acción que acometemos, en las cosas que hacemos. No es una cualidad que tengamos para siempre ni desde siempre, sino que en cada momento de nuestra vida en el que debemos tomar una decisión complicada, el valor es el que hace que finalmente hagamos lo que tenemos que hacer para seguir avanzando. No es que el valor nos haga tomar buenas decisiones, ojalá fuese así, pero nos ayuda a tomarlas y a no quedarnos parados mientras el tiempo sigue corriendo.

Hace unos días, viendo la película "The Rookie" (El novato), decían una frase que más o menos literalmente era
"Está muy bien pensar en lo que quieres hacer en la vida... hasta que llega el momento de hacer lo que debes hacer"
Es una frase que le dice el padre del protagonista de la película a éste, que está en la duda de elegir cumplir su sueño de jugar en las grandes ligas de baseball, o si debe renunciar a ello y escoger un puesto de profesor que le permita ganar un sueldo para cuidar de su familia.

Yo me pregunto... ¿Qué significa hacer "lo que se debe"? ¿Significa cumplir el plan que habíamos hecho para nuestra vida aunque no seamos felices con ello? ¿Significa cumplir con lo que se espera de nosotros, con los planes que sin querer o queriendo otros han hecho para nosotros?¿Significa elegir hacer la ruta viendo el destino final según todos los cánones establecidos? ¿O significa elegir la opción que nos hace felices? Aquí llegarán todas las discusiones posibles. Unos dirán que hay que hacer "lo correcto", otros dirán que hay que tomar la decisión que nos hace felices, y habrá un montón de personas que, a nuestro alrededor, nos quieran dar consejos sobre lo que debemos hacer.  

Todas esas personas seguirán viviendo su vida con independencia de la decisión que tomemos, y muchas veces no se darán cuenta de cuánto influyen en nuestra decisión. Nuestros miedos a no estar bien vistos, al que dirán, a lo que está socialmente aceptado, a no hacer daño, los miedos que todos tenemos (y cada uno sabe los suyos) nos pueden hacer vacilar y elegir el camino conocido, el planificado, el "correcto". En esas ocasiones quizás debamos pensar ... 

¿Puedo seguir andando sin ver el final del camino? ¿Y si construimos nuestro propio camino? Pensémoslo con cuidado y con el tiempo que necesitemos, porque en nuestra respuesta, y en lo que hagamos, estará el resto de nuestra vida... o al menos hasta el siguiente recodo. Y sólo nosotros somos los que vivimos cada día, cada minuto de nuestra vida con nosotros mismos.





jueves, 6 de julio de 2017

El difícil arte de la crítica


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Una de las tareas que debo desarrollar en mi entorno profesional es la de auditar y revisar procesos, definir procedimientos y “criticar” los que ya existen dentro de las organizaciones con las que colaboro. Esta tarea me ha hecho hacer muchas preguntas, proponer muchas acciones y cuestionar situaciones de esas que “siempre se han hecho así”. Pero más allá del ámbito profesional, me ha hecho reflexionar sobre lo fácil y difícil que nos resulta a las personas criticar… Toda una contradicción.

Cuando tenemos delante algo que no nos gusta, o que sabemos que no está bien, que nuestra experiencia ha demostrado una y mil veces que acabará en fracaso, caemos en la tentación de decirlo de la forma más clara posible. Uno de los defectos que trato de corregir en mí misma es justamente ese exceso de claridad. Muchas veces me han dicho que hay que ser sinceros, pero en aras de esa sinceridad, atropellamos a nuestro interlocutor por no pararnos un minuto y ponernos en su lugar.

Decir la verdad, apuntar lo que no es correcto no es tarea fácil. Hay que tener en cuenta muchas cosas que a veces se nos olvidan. La primera, y la más importante de todas, que al otro lado hay una persona que puede sentirse mal con lo que le estamos diciendo, y no tanto por el contenido como por la forma… o por ambos. En estos casos, yo intento seguir las recomendaciones de un buen amigo que me decía: cuando tengas que explicar algo a alguien y sabes que es posible que no le guste, prepáralo, plantéate opciones de cómo contarlo, y cuando hables, escúchate desde sus oídos. Ese consejo, que no es fácil de seguir, siempre me ha dado resultados estupendos.

Cuando ponemos en valor lo realmente importante, cuando nos damos cuenta de que la verdad, nuestra verdad, nuestros argumentos, nuestras razones, nunca están por encima de las personas, en ese momento habremos aprendido a criticar.

A todos se nos llena la boca con sentencias del tipo “no digo nada que no sea cierto”, “sé que tengo razón” o la peor de todas “¡es una crítica constructiva!”. ¿De verdad sabemos lo que es una crítica constructiva? Desde mi punto de vista no es sólo una crítica que tiene como objetivo solucionar un problema o construir una solución. Para que sea constructiva, la crítica no debe ofender, debe ser empática, debe proponer soluciones, y sobre todo, nunca debe olvidarse de que nunca está por encima de la persona que la está escuchando.

“Tener razón” o “tener más experiencia” que nuestro interlocutor, no nos da nunca el derecho de avasallar, de sentenciar, ni de hacer sentir al otro que lo estamos cuestionando como persona. Un ejemplo que seguro que todos hemos vivido alguna vez: Nuestro jefe nos encarga un trabajo. Nos da unas indicaciones mínimas porque las prisas y el hecho de que él/ella tienen claro lo que quieren, le hace pensar en que le hemos entendido. Como es nuestro jefe y no siempre tenemos el “valor” de decir que no lo tenemos claro, lo hacemos como mejor podemos. Seguro que todos habéis vivido resultados para todos los gustos… Desde “esto no sirve para nada” a “yo esperaba más de ti”… y son sólo las frases más suaves que he escuchado. ¿Solucionan el problema? Me temo que no… lo único que hacen es crear una inseguridad que convierte a este tipo de jefes en “embudos”. A partir de la primera crítica, nadie hará nada sin validarlo 30 veces y obtener su aprobación… cuando se consigue.

¿No sería mejor dar indicaciones claras? Nadie está en nuestra cabeza ni nadie sabe lo que queremos, eso está claro, pero también es cierto que nadie hará las cosas como nosotros.
He leído en alguna parte que no recuerdo, una frase que decía algo como esto:
Allá donde vayas, siempre te encontrarás a personas mejores y peores que tú. Encuentra tu lugar entre ellas y aprende de todas.

Al final, lo importante en la vida, en cualquier ámbito de ella, es el respeto, la comprensión, la empatía… y las personas, que siempre estarán por encima de cualquier razón. Si no olvidamos este principio, quizás estemos en el buen camino para ejercer el arte de la crítica.