domingo, 12 de noviembre de 2017

Alas y raíces



Hoy mi padre me ha regalado una reflexión. De esas que te llegan al alma, de las que te hacen entender, desde la perspectiva de madre y de hija, los regalos que podemos hacernos... de esos regalos que "sólo" dicen "estoy contigo", "me siento orgulloso"... "te quiero"

Lo comparto con todos vosotros... sobre todo para todos los que podáis regalar Alas y raíces...


Entre tantas cosas como se pregonan de lo que los padres podemos dar a los hijos, hay un consejo poético y esclarecedor: nada mejor que ALAS y RAÍCES.

Son dos legados aparentemente contradictorios pero complementarios en realidad:

  • ALAS para volar con libertad hacia nuevos horizontes
  • RAÍCES para que el vuelo no lleve al desarraigo
Quizás los padres tenemos tendencia a enfatizar las raíces. Se nos llena la boca con ellas, sin reparar en que pueden tener un sabor amargo, en su caso, y siempre un poso determinista.

Prefiero pensar en las alas, en el vuelo emprendido libremente por los hijos porque sólo a ellos les pertenecen.

Y produce una inmensa alegría sentir, entonces, que los padres podemos volar de nuevo, hacia mejores metas, siguiendo la estela de los hijos.

Agustín Cariñena Aliaga



Gracias papá, gracias por estar siempre ahí dejándonos volar mientras miras y admiras nuestro vuelo. Gracias por mantener la pista de aterrizaje preparada en cualquier momento. Gracias por compartir con nosotros todas tus reflexiones.


jueves, 2 de noviembre de 2017

Por encima del bien y del mal... NO



Cuando empiezas tu vida profesional te quieres comer el mundo, quieres aportar, crecer, aprender, participar en proyectos interesantes. Tienes referentes a los que te quieres parecer, admiras a los “grandes” y aspiras a llegar lejos. Tú eres pequeñito, ellos son grandes.

Obviamente, depende de la ambición, de los principios y de la manera de ser de cada uno. Hay de quien sólo quiere crecimiento económico… a otros no nos llega… aunque no seamos hipócritas, trabajamos por dinero. De hecho, yo cobro por mi trabajo y creo que un salario justo es el que paga  el valor que aportas a la compañía, que no necesariamente es lo que ponga en tu puesto de trabajo, o no sólo eso.

Hace unos días, precisamente hablando de estas cosas en mi entorno cercano, creo que en realidad el concepto de “trabajo” no es el mismo para todos. Trabajo para mí es ser y sentirme profesional, es desarrollar una actividad que, además de aportarme los garbanzos, me aporte crecimiento personal, me llene, y me pueda ir cada día a casa con la sensación de haber construido, de haber tratado a mi equipo como personas y de haber aportado valor real a mi compañía. Porque sí, no siempre lo vemos y no siempre se reconoce, pero cuando aportamos a la compañía, será en parte para nosotros y acabará viniendo de vuelta.

Me he llevado palos… unos cuantos, algunos muy duros. Es lo que tienen más de 20 años en el mundo laboral. Pero, sin embargo, no quiero cambiar mi manera de pensar

Señores, soy rara. 
Creo en la profesionalidad, en la ética, en la transparencia, en la honestidad, en el buen hacer y en la mejora continua. Me ponen de los nervios los abusos de poder, el trato desigual y la desidia.
Ya sé que no todos pensamos igual, que nadie tiene que pensar como nosotros, y por el mismo principio, nadie debería obligar a nadie a pensar como él. Hay personas para todos los gustos. Los que se acomodan a su puesto, los que quieren rutina y pocas preocupaciones, los que no quieren cambiar, los que no tienen escrúpulos, los que te ponen la zancadilla, los que mienten abiertamente con tal de conseguir sus objetivos, los que sólo quieren crecer, los que se endiosan… y los peores, los que se sienten por encima del bien y del mal. Que existen es una realidad con la que hemos de vivir, y negarlo es engañarnos.

¿Os habéis encontrado alguna vez con estos “especímenes”? Por desgracia, existen, y no son siempre fáciles de ver. Van disfrazados de “traje y corbata” y se esconden detrás de una sonrisa encantadora, una alabanza, unas bonitas palabras en el momento adecuado, un “confío plenamente en tus capacidades” o un “esto es una apuesta mutua” para después, una vez que han conseguido lo que quieren, hacer lo que está dentro de sus intereses y dejarte a un lado.

¿Y qué hacer con esta gente?... Yo he decidido “ser valiente” y decir que no todo vale. Ser fiel a mis principios y no aceptar esa frase tan dicha “si no lo haces tú, ya vendrá otro que lo haga”. Está claro que las situaciones de la vida nos hacen aceptar estos chantajes emocionales en algunas ocasiones. Porque sí, porque son chantajes, es jugar con el futuro de las personas, es creerse en el derecho a decidir sobre los demás… sin escrúpulos. Además, y ahí quizás duela más, estas situaciones te las encuentras en instituciones en las que no te las esperas, en compañías de esas que tienen mucho renombre, mucho caché, mucha relevancia en el mercado, y que si les dices que “NO” pueden hacer que tu vida profesional se complique. De esas compañías que cuando empiezas en tu vida profesional admiras, y quieres llegar a trabajar con ellas… hasta que llegas a la posición de “ver las tripas” y descubrir cómo juegan ¿Por qué seguimos permitiendo que estén “por encima del bien y del mal”?

Señores, no se puede abusar de las personas, no se puede negociar sin ceder nada, no se puede pensar si este no viene ya lo hará otro, después de haberle dicho que es “guapo, rubio y de ojos azules”, después de haberle pedido colaboración desinteresada para poder incorporarse a un proyecto que haces con otro. No se puede decir “no puedo comprometerme a cuando te pagaré porque mi proceso interno es complicado” cuando es de dominio público lo que cobras por tus servicios y los plazos que exiges.

No, señores, no todo vale, no todos estamos dispuestos a jugar… por suerte, quedamos algunos “raros” que preferimos seguir siendo fieles a los principios de humanidad, de equipo, de personas, de equidad, de honestidad y de ética profesional. Os aseguro que con estos principios también se puede llegar lejos y, además, se duerme mucho mejor por las noches.

martes, 10 de octubre de 2017

Lo importante es el concepto


Como llevo casi 20 años en el mundo de la gestión de proyectos y la gestión empresarial, he tenido la fortuna de encontrarme con cientos de personas, de situaciones y de escenarios que me han permitido darme cuenta de cuántas veces asumimos conceptos, que para nosotros tienen claramente un significado, sin cuestionarnos ni un poquito que pueden no significar lo mismo para las personas que tenemos delante.

Todos pensamos de diferente modo, y la persona que tenemos delante puede no pensar igual que nosotros
Parece una verdad obvia, pero la realidad se empeña en demostrarla tan a menudo, que he creído importante reflexionar sobre la que acabamos liando tantas veces por asumir o por confundir conceptos.

El concepto que más veces he visto confundido, y que tiene tantas acepciones como personas que lo usamos, es el de "gestión".

¿Qué es la gestión? ¡Vaya pregunta!¡Todo el mundo sabe lo que es la gestión! Es algo sencillo, es "sólo" controlar cómo van los proyectos, hacer informes y gráficas... y lo hace cualquiera con un poco de sentido común. ¿Nunca os lo han dicho así? A mí unas cuantas veces ...

Pero si la gestión es un concepto tan claro...

¿Por qué nos encontramos con "gestores" que se pasan el día reunidos, no tienen tiempo para su equipo, ni para tomar decisiones, ni para actuar? ¿Acaso el número de reuniones determina la calidad como gestores? ¿O es que decir todos los días "estoy muy ocupado" nos hace sentir importantes... o imprescindibles?

¿Por qué sigue habiendo personas que piensan que una buena herramienta es la solución a todos los problemas? ¿Por qué creen que implantarla es sólo instalarla en un servidor y decirle a la gente que la use?

¿Por qué tantas veces algunos gestores se olvidan de que las personas son el centro de los proyectos? ¿Por qué sigue existiendo el afán por fiscalizar en lugar de medir? ¿Por qué precisamente esas personas son las que más miedo tienen a que las midan?

¿Por qué no hay preocupación real por la motivación del equipo? ¿Por qué se habla tanto de "retener talento" cuando no se hace nada para conseguirlo?

¿Por qué seguimos escuchando continuamente en todas las organizaciones cosas como "es que siempre se ha hecho así, no lo toques? ¿Por qué ese miedo al cambio? ¿Acaso gestionar el cambio no es una parte de la evolución de todas las compañías? ¿Acaso no es parte de la gestión?

¿Por qué sigue habiendo organizaciones en las que el ocultismo es la política de gestión? ¿Por qué sigue habiendo "gestores" que no comparten información, no construyen equipo, no promueven la colaboración?

¿Por qué sigue habiendo "gestores" que esperan a que las cosas se resuelvan solas mirando para otro lado hasta que estallan? ¿Por qué luego esas mismas personas se sorprenden cuando algo va mal?

Quizás, y sólo quizás, es que estamos asumiendo en demasiadas ocasiones que la palabra gestión significa lo mismo para todos.

Quizás, y sólo quizás, asumimos que todos los gestores son buenos gestores y se van a comportar como esperamos, con nuestro concepto, con el que tenemos en mente.

Quizás, y sólo quizás, vivamos más tranquilos sin hacernos demasiadas preguntas.

Quizás, y sólo quizás, no todos estemos preparados para seguir haciéndonos tantas preguntas.

Quizás, y sólo quizás, sólo unos pocos locos (o no tan pocos) creemos que la gestión es tan amplia que siempre seguiremos mejorando, aprendiendo, aportando, compartiendo

Quizás, y sólo quizás, no sea tan fácil aprender a recibir críticas, a resultar molesto, a incomodar por hacer un buen trabajo.

Quizás, y sólo quizás, no todos estemos preparados para asumir el verdadero concepto de gestión.

Por suerte, como las meigas, existen gestores de verdad, de esos que con sólo verlos aprendes cosas nuevas, de esos que te inspiran, te enseñan, comparten, motivan... y gestionan... o lo hacen según mi concepto de gestión. ¿Tienes claro lo que implica para ti?

miércoles, 4 de octubre de 2017

Ayúdame a ayudarte...



¿Habéis vivido alguna vez la situación de querer ayudar a alguien y que esa persona no quiera vuestra ayuda?

Es una de las situaciones más frustrantes con la que te puedes encontrar, con las que me he encontrado tanto en la vida personal como en la profesional.

Se me ocurren dos escenarios diferentes pero con la misma respuesta:
No quieren tu ayuda... ni la de nadie

  • Primer escenario: Como en general a las personas nos cuesta demasiado ser claros, al otro lado no siempre te dicen "no me ayudes, no quiero", sino más bien todo lo contrario... quejas, mal humor, frustración por una situación que no gusta, porque hay que hacer un cambio...¡pero no se está dispuesto a hacer nada para que ocurra!. Es como si esperasen un milagro, como si tuvieses que tener el don de "pasar la mano por encima y hacer un milagro"... ¡Tachán! Situación solucionada con cero sufrimiento.
Por desgracia yo no sé hacer milagros... ni tampoco tengo el teléfono de quien los haga... Lo único que sí tengo es voluntad de ayuda, de construir, de entender que mi manera de ayudar no es la que a mí me sirva sino la que le sirva al que necesita ayuda... Pero hasta ahí. A partir de ese momento todos los cambios suponen un esfuerzo, pequeño o grande, pero algo que se ponga desde ambos lados... porque parto de la premisa de que los cambios impuestos no sirven a largo plazo, porque acaban desapareciendo en el momento en el que la persona que los impone se va.


Esta situación, aunque frustrante, a veces se soluciona con calma, templanza y pidiendo que te digan cómo ayudar... la famosa frase de ayúdame a ayudarte, dime qué necesitas de mí, qué puedo darte, y qué no.

  • Segundo escenario: Mucho más complicado que el anterior. Se da en aquellas situaciones en las que el cambio viene impuesto desde arriba, desde un lado, desde una normativa, desde una imposición no compartida por quien tiene que cambiar.
¿Qué hacer en esa situación? Como buena gallega diré... "depende". Naturalmente depende de la situación, de las personas, del entorno, de la autoridad que tengas para llevar a cabo el cambio, del impacto que quieres que tengan tus acciones... y al final, del resultado que quieras obtener.

Pero la verdadera dificultad de esta segunda situación, es que uno de los resultados que debes considerar como muy posible es que no haya cambio, que no pase nada. Se podrán enfadar contigo, decirte que no molestes o directamente te pidan que los dejes tranquilos, que vivían muy bien antes de ti, que lo único que has hecho es poner sobre la mesa problemas. Además, las personas tenemos a veces la habilidad y la experiencia para decir esas cosas sin decirlas, cuando es mucho más sano ser claros. 

¿No quieres ayuda? Pues decidamos qué hacer... Así de simple y así de complejo.

En muchas ocasiones la falta de claridad, el espera a ver qué pasa, el no te preocupes, el tranquilo que se arreglará, no son más que engaños al tiempo porque no nos hemos hecho la pregunta correcta. ¿Estás dispuesto a ayudarme a ayudarte?

Sólo si esa respuesta es afirmativa podremos pensar en construir un cambio. Lo demás... sólo desgasta y no le sirve a nadie.


viernes, 22 de septiembre de 2017

El mundo de los "hayques" y los "esques"


En el mundo de los “hayques” y los “esques” nunca ocurre nada… nada bueno. No se avanza, no se crece, no se evoluciona, porque no se construye nada.

Seguro que todos habéis vivido, o vivís a diario, situaciones en las que, ante un problema, siempre hay alguien que dice “hay que hacer este cambio”, “hay que llamar a tal persona”, “hay que terminar este proyecto”, “hay que …”. Parecen frases constructivas, de acción; sin embargo, son sólo una indeterminación y un autoengaño. Diciendo esas frases, lo único que estamos haciendo es identificar una situación a la que no estamos poniendo solución. No estamos actuando, no estamos identificando quién ha de hacerlo, no estamos planificando, sólo estamos autogenerando la sensación de que lo hacemos. Porque sí, porque parece que decirlo lo convierte en real, pero lo malo es que si nadie coge el testigo y asume la tarea o la acción como suya y se responsabiliza de ella, al final, se queda sin hacer.

¿Y que ocurre entonces? Como no ocurre nada, porque después de una reunión llena de “hayques”, se termina y se sigue con el trabajo del día a día, olvidando los “hayques” sin asignar, esperando que alguien los asuma; entonces llegan los “esques”. ¿Y qué son los “esques”? Los “esques” son las excusas que damos cuando después de ese “nada ha ocurrido”, alguien ha preguntado ¿Por qué esta tarea está sin terminar? ¿Habéis llamado a esta persona? ¿Está resuelto este problema? Es entonces cuando decimos “es que no era tarea mía”, “es que pensaba que lo iba a hacer Fulanito”, “es que tenemos otras prioridades” … y en realidad no nos hemos parado a pensar que no hay nada peor que la indeterminación y el miedo, o las pocas ganas, de asumir tareas o responsabilidades. Incluso cuando hay alguien con iniciativa en un equipo que funciona a golpe de “hayques”, que siempre acaba asumiendo estas tareas, lo que ocurre es que se cansa, se frustra y se quema, por ser el único que lo hace, y nadie sabe por qué… o prefieren no saberlo.

El “hayque” puede parecer una simple manera de hablar, pero toda mi experiencia se ha empeñado en demostrarme que es mucho más que eso. La buena noticia es que, una vez identificado, es más fácil solucionarlo. Por eso le digo siempre a los equipos con los que trabajo, no me digas “hay que hacer”, dime quién va a hacerlo o que necesitas que asigne la tarea. Y funciona, no os imagináis lo sorprendente del resultado de un “simple” cambio en la manera de plantear las cosas. Es mucho más productivo, más eficiente y más “sano” para los equipos de trabajo, convertir los “hayques” y los “esques” en personas concretas que hacen tareas, las estiman, les ponen plazos y explican los cumplimientos y los incumplimientos y ponen medidas para corregirlos si los hay. Si nos dejamos de “hayques” y de “esques” podremos centrar nuestro esfuerzo en buscar y aportar soluciones, en asumir responsabilidades y evitar buscar culpables de tareas que nadie ha hecho, porque ni siquiera sabía que la tenía que hacer.


Dejemos las suposiciones y las asunciones. Es mucho más sencillo trabajar en claro, sabiendo en cada momento quién hace qué y qué esperar de cada uno. No dejemos que los “hayques” y los “esques” formen parte del equipo. ¡Funciona mucho mejor sin ellos!

jueves, 20 de julio de 2017

Seguir caminando...

Ruta de Sar - Santiago de Compostela
A todos nos gusta saber qué va a pasar, hacer planes, y que se cumplan. Sin embargo, en la vida también tenemos que estar preparados para seguir caminando cuando sólo vemos un trozo del camino, justo el que tenemos delante de nuestros pies, cuando no sabemos lo que habrá tras el siguiente recodo, y sólo podemos imaginar, o desear, lo que habrá al final. La primera vez que se recorre un camino siempre intentamos planificar el viaje pero, ¿qué ocurre cuando hay imprevistos? ¿qué pasa si las cosas no salen como teníamos pensado? ¿hasta dónde podemos influir en lo que ocurre? A veces en muy poco, y sólo nos queda intentar que nuestra reacción ante esas cosas  que nos suceden, nos ayude a seguir construyendo nuestra vida y no nos quedemos parados esperando a que algo pase... porque lo más seguro es que si no hacemos nada, nada acabe pasando, salvo nuestra vida sin vivir.

La vida es un viaje en el que hay que seguir andando, siempre hacia delante, no hay posibilidad de parar ni de retroceder, sólo nos queda avanzar para descubrir qué habrá al doblar la esquina. Muchos dicen que para eso hay que ser valientes, que el valor tenemos que encontrarlo en nuestro interior. ¿Es de verdad esto cierto? Yo creo que nadie es valiente ni cobarde, sino que el valor lo demostramos, o no, en cada decisión que tomamos, en cada acción que acometemos, en las cosas que hacemos. No es una cualidad que tengamos para siempre ni desde siempre, sino que en cada momento de nuestra vida en el que debemos tomar una decisión complicada, el valor es el que hace que finalmente hagamos lo que tenemos que hacer para seguir avanzando. No es que el valor nos haga tomar buenas decisiones, ojalá fuese así, pero nos ayuda a tomarlas y a no quedarnos parados mientras el tiempo sigue corriendo.

Hace unos días, viendo la película "The Rookie" (El novato), decían una frase que más o menos literalmente era
"Está muy bien pensar en lo que quieres hacer en la vida... hasta que llega el momento de hacer lo que debes hacer"
Es una frase que le dice el padre del protagonista de la película a éste, que está en la duda de elegir cumplir su sueño de jugar en las grandes ligas de baseball, o si debe renunciar a ello y escoger un puesto de profesor que le permita ganar un sueldo para cuidar de su familia.

Yo me pregunto... ¿Qué significa hacer "lo que se debe"? ¿Significa cumplir el plan que habíamos hecho para nuestra vida aunque no seamos felices con ello? ¿Significa cumplir con lo que se espera de nosotros, con los planes que sin querer o queriendo otros han hecho para nosotros?¿Significa elegir hacer la ruta viendo el destino final según todos los cánones establecidos? ¿O significa elegir la opción que nos hace felices? Aquí llegarán todas las discusiones posibles. Unos dirán que hay que hacer "lo correcto", otros dirán que hay que tomar la decisión que nos hace felices, y habrá un montón de personas que, a nuestro alrededor, nos quieran dar consejos sobre lo que debemos hacer.  

Todas esas personas seguirán viviendo su vida con independencia de la decisión que tomemos, y muchas veces no se darán cuenta de cuánto influyen en nuestra decisión. Nuestros miedos a no estar bien vistos, al que dirán, a lo que está socialmente aceptado, a no hacer daño, los miedos que todos tenemos (y cada uno sabe los suyos) nos pueden hacer vacilar y elegir el camino conocido, el planificado, el "correcto". En esas ocasiones quizás debamos pensar ... 

¿Puedo seguir andando sin ver el final del camino? ¿Y si construimos nuestro propio camino? Pensémoslo con cuidado y con el tiempo que necesitemos, porque en nuestra respuesta, y en lo que hagamos, estará el resto de nuestra vida... o al menos hasta el siguiente recodo. Y sólo nosotros somos los que vivimos cada día, cada minuto de nuestra vida con nosotros mismos.





jueves, 6 de julio de 2017

El difícil arte de la crítica


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Una de las tareas que debo desarrollar en mi entorno profesional es la de auditar y revisar procesos, definir procedimientos y “criticar” los que ya existen dentro de las organizaciones con las que colaboro. Esta tarea me ha hecho hacer muchas preguntas, proponer muchas acciones y cuestionar situaciones de esas que “siempre se han hecho así”. Pero más allá del ámbito profesional, me ha hecho reflexionar sobre lo fácil y difícil que nos resulta a las personas criticar… Toda una contradicción.

Cuando tenemos delante algo que no nos gusta, o que sabemos que no está bien, que nuestra experiencia ha demostrado una y mil veces que acabará en fracaso, caemos en la tentación de decirlo de la forma más clara posible. Uno de los defectos que trato de corregir en mí misma es justamente ese exceso de claridad. Muchas veces me han dicho que hay que ser sinceros, pero en aras de esa sinceridad, atropellamos a nuestro interlocutor por no pararnos un minuto y ponernos en su lugar.

Decir la verdad, apuntar lo que no es correcto no es tarea fácil. Hay que tener en cuenta muchas cosas que a veces se nos olvidan. La primera, y la más importante de todas, que al otro lado hay una persona que puede sentirse mal con lo que le estamos diciendo, y no tanto por el contenido como por la forma… o por ambos. En estos casos, yo intento seguir las recomendaciones de un buen amigo que me decía: cuando tengas que explicar algo a alguien y sabes que es posible que no le guste, prepáralo, plantéate opciones de cómo contarlo, y cuando hables, escúchate desde sus oídos. Ese consejo, que no es fácil de seguir, siempre me ha dado resultados estupendos.

Cuando ponemos en valor lo realmente importante, cuando nos damos cuenta de que la verdad, nuestra verdad, nuestros argumentos, nuestras razones, nunca están por encima de las personas, en ese momento habremos aprendido a criticar.

A todos se nos llena la boca con sentencias del tipo “no digo nada que no sea cierto”, “sé que tengo razón” o la peor de todas “¡es una crítica constructiva!”. ¿De verdad sabemos lo que es una crítica constructiva? Desde mi punto de vista no es sólo una crítica que tiene como objetivo solucionar un problema o construir una solución. Para que sea constructiva, la crítica no debe ofender, debe ser empática, debe proponer soluciones, y sobre todo, nunca debe olvidarse de que nunca está por encima de la persona que la está escuchando.

“Tener razón” o “tener más experiencia” que nuestro interlocutor, no nos da nunca el derecho de avasallar, de sentenciar, ni de hacer sentir al otro que lo estamos cuestionando como persona. Un ejemplo que seguro que todos hemos vivido alguna vez: Nuestro jefe nos encarga un trabajo. Nos da unas indicaciones mínimas porque las prisas y el hecho de que él/ella tienen claro lo que quieren, le hace pensar en que le hemos entendido. Como es nuestro jefe y no siempre tenemos el “valor” de decir que no lo tenemos claro, lo hacemos como mejor podemos. Seguro que todos habéis vivido resultados para todos los gustos… Desde “esto no sirve para nada” a “yo esperaba más de ti”… y son sólo las frases más suaves que he escuchado. ¿Solucionan el problema? Me temo que no… lo único que hacen es crear una inseguridad que convierte a este tipo de jefes en “embudos”. A partir de la primera crítica, nadie hará nada sin validarlo 30 veces y obtener su aprobación… cuando se consigue.

¿No sería mejor dar indicaciones claras? Nadie está en nuestra cabeza ni nadie sabe lo que queremos, eso está claro, pero también es cierto que nadie hará las cosas como nosotros.
He leído en alguna parte que no recuerdo, una frase que decía algo como esto:
Allá donde vayas, siempre te encontrarás a personas mejores y peores que tú. Encuentra tu lugar entre ellas y aprende de todas.

Al final, lo importante en la vida, en cualquier ámbito de ella, es el respeto, la comprensión, la empatía… y las personas, que siempre estarán por encima de cualquier razón. Si no olvidamos este principio, quizás estemos en el buen camino para ejercer el arte de la crítica.



sábado, 22 de abril de 2017

El verdadero valor de las cosas

El valor de las cosas no está en el tiempo que duran, sino en la intensidad de cómo suceden...  por eso existen momentos inolvidables, cosas inexplicables y personas incomparables.

Hoy hemos puesto a la venta la casa de mis abuelos, la casa en la que nació mi padre y en la que yo he vivido momentos de niñez. Desde hace ya cuatro años sus paredes ya no oyen palabras, risas, música, ruido... Las personas que la han llenado de historia se han ido y la única que queda necesita demasiados cuidados como para estar a los 1000 kilómetros de distancia que separan Santiago de Valencia. 

Así que hemos tomado la decisión de venderla y utilizar ese dinero para cuidar de esa persona que tantos momentos nos ha hecho vivir en esa casa. No os podéis imaginar lo difícil que es ponerle precio, porque sí, el mercado, el perito, su situación geográfica, su estado de conservación... eso le pone precio, pero la sensación de final de etapa me ha hecho reflexionar que ese no es su valor. Cuán distinto es precio y valor...

Las personas que vayan a verla o que estén interesadas en comprarla, lo primero que percibirán al entrar será posiblemente el olor de una casa cerrada desde hace cuatro años... Van a ver simplemente sus paredes, sus suelos, los desconchones que hay en alguna pared, el polvo que lo cubre todo... y pensará para sí mismo si esta casa vale o no el precio que hemos fijado.

Ninguno de los posibles compradores de esa casita verá, desde los ojos de una niña, las tardes de verano en el patio, metida en un barreño con agua y regándose con un botijo de plástico amarillo. Tampoco verán como con una escoba tamaño infantil "pintaba con agua" los baldosines catalanes del patio, que se secaban demasiado rápido porque estaban al sol y había que "volver a pintar".  No verá como la abuela se peinaba su moño perfecto sentada en una silla con asiento de esparto y un cojín de flores. No la verán ganchillar con sus manos arrugadas pero expertas, aquellas maravillosas colchas que nos hacía mientras nos miraba por encima de las gafas. No sentirá el martillo partiendo almendras para hacer turrón combinado con las risas de las niñas que competían a ver quién partía más. No olerá los higos que se secaban en el altillo y que nos comíamos asados en la chimenea en Navidad. No verá a "Pintada", la gatita mimosa que nos miraba curiosa y se escapaba corriendo cuando queríamos que nos acompañase al agua... pobrecita, con tanto pelo tenía que tener calor... ella no pensaba lo mismo. Tampoco oirá a la tía regañarnos por hacer trenzas en las cortinas de hilos que se usaban para que no entrasen las moscas... Todas esas cosas no podrá verlas porque no están. Sólo quedan las paredes, los muebles, las cosas... sólo las cosas, esas a las que les podemos poner precio. Todo lo demás, por suerte, es impagable, no se vende, y se quedará para siempre en nuestros corazones.

Al final, como muchas veces ocurre en la vida, no valoramos los momentos que vivimos hasta que se convierten en recuerdo. Ojalá la persona que la compre la llene, la viva y le dé valor a sus momentos.

Os invito a asomaros un poquito a mis recuerdos... en la casa de la abuela

domingo, 26 de marzo de 2017

10 reflexiones sobre la gestión del cambio


A lo largo de nuestra vida, tanto profesional como personal, todos nos hemos encontrado cosas que no funcionan, pero no sólo no funcionan, sino que todo el mundo sabe que son ineficientes y que causan problemas. Sin embargo, ante esas cosas que pasan nos hemos encontrado también con frases del tipo “ahora no tengo tiempo”, "ese no es mi problema", o la más terrible de todas ... "es que siempre se ha hecho así".

Precisamente hace unos días hablaba de esas situaciones y contaba mi experiencia sobre la gestión del cambio en un seminario. Después de describir 3 casos reales con las situaciones que se produjeron, los problemas, los conflictos ... y las soluciones... hacía una recopilación de 10 reflexiones que, en vista de los comentarios del maravilloso público que me regalaba su tiempo escuchándome, quiero compartir con vosotros.

Replicar estructuras o tomar un modelo de referencia no siempre garantiza el éxito: Mejor Adaptar antes de Adoptar
Muchas veces pensamos que algo que funciona en un entorno va a funcionar en otro, como pasaba en uno de los casos que contaba, en el que una pequeña empresa intentaba replicar la estructura de una multinacional y estuvo a punto de ahogarse en medio de la burocracia. Pararse a analizar qué sirve, qué no sirve y construir nuestro propio modelo es mejor que sólo tratar de replicar.

Nadie mejor que nosotros mismos sabemos lo que mejor se adapta a nuestras necesidades. No copiemos... aprovechemos la experiencia de otros pero aportando la nuestra y entendiendo las condiciones que nos rodean.

Las personas son el centro del cambio. No es posible gestionar el cambio si no se gestiona a las personas que participan en él o que se vean afectadas por él
¿Por qué nos empeñamos en definir procesos, procedimientos, normas, herramientas ... y nos olvidamos de que somos las personas las que las aplicamos? Todos somos personas y tenemos nuestras virtudes y defectos, pero sobre todo lo que tenemos es capacidad de decidir qué hacemos y qué no. En demasiadas ocasiones el cambio no se consigue implementar porque nos hemos olvidado de gestionar a las personas afectadas, involucradas o interesadas en que las cosas ocurran ... o que no lo hagan.

Desterremos el principio "siempre lo hemos hecho así"
No hay nada que frene más el cambio que nuestra propia inercia y la sensación de que "lo que ha funcionado, no lo toques". Si queremos cambiar, debemos aprender a hacer autocrítica. Ni lo nuestro es lo mejor ni tampoco es lo peor, lo que seguro que es … mejorable.

Querer hacerlo bien no es suficiente
En demasiadas ocasiones estamos tan convencidos de que queremos cambiar y de que somos capaces de hacerlo, que nos olvidamos de analizar todos los factores, que acaban convirtiéndose en frenos del cambio. Además, debemos ser conscientes de que necesitamos ayuda para cambiar ... ¡pidámosla! Lo que es nuevo para nosotros, lo que es un cambio, puede no serlo para otros ... aprovechemos la experiencia ajena, es mucho más eficiente.

Una buena herramienta de gestión puede ayudarnos en el proceso de cambio
A pesar de que el centro del cambio nunca es la herramienta que utilicemos para gestionarlo, no tener una buena herramienta hace que en ocasiones el cambio se quede en un deseo, en un plan, en un papel. Escojamos una herramienta que nos "obligue" a ir paso a paso, que nos recuerde lo que tenemos que hacer, y que nos permita ver cuánto hemos avanzado.

Tener buenos procedimientos es importante, pero aplicarlos correctamente y medir los resultados, lo es más
Muchas empresas contratan a consultoras expertas en la definición de procedimientos y procesos, y les parece que con eso ya tienen su sistema de calidad, que los hace mejores. Desde mi punto de vista, esa situación no sirve si desde la propia organización no lo hacemos posible aplicando los procedimientos que definamos. Si no lo hacemos, es sólo papel ... o un archivo de texto guardado en un repositorio ... sólo ocupa espacio, pero no mejora nada.

Resolvamos los conflictos cuanto antes
Es importante involucrar y obtener el compromiso de las personas que han de ejecutar el cambio. Si ellas no quieren, no se hará, nos pongamos como nos pongamos. Es por ello muy importante resolver cualquier conflicto cuanto antes. Da igual si es una simple discusión, un conflicto de intereses o un gran desacuerdo... cuanto más tardemos en resolverlo, más impacto tendrá en conseguir los objetivos del cambio.

No despreciemos el enorme impacto que tiene en las organizaciones un equipo desmotivado, desengranado o sin consenso y dediquemos tiempo a las personas.

Definamos indicadores adecuados
No se puede mejorar nada que no se mida, pero tampoco se trata de medir por medir. Muchas veces definimos tantas cosas a medir, que nos pasamos de frenada y no nos da tiempo a analizar los resultados. Definamos indicadores adecuados, revisémoslos, midámoslos, y cuando ya no sean útiles, definamos otros.

Tener más de 10-15 indicadores simultáneos nos dispersa la atención y la capacidad de mejora. Mejor pocos y bien definidos que un cuadro de mando que nunca miramos.

Es imprescindible tener claro el objetivo del cambio
Qué queremos alcanzar, por qué, cuánto nos cuesta, qué retorno esperamos. No se trata de cambiar por cambiar. En esta época en la que parece obligatorio subirse al carro de la transformación digital, muchas empresas quieren transformarse sin estar preparadas para ello, o lo que es más grave, sin necesitarlo demasiado. Parémonos un momento a pensar, y después decidamos. No dejemos que la sociedad o el entorno decida por nosotros.

Los grandes cambios siempre vienen acompañados de una fuerte sacudida. No es el fin del mundo, es el principio de uno nuevo.
Y finalmente, si estamos decidido a cambiar, desterremos el miedo, seamos conscientes de que puede haber sacudidas, malos momentos, situaciones de conflicto que arreglar... Si tenemos claro que de verdad lo queremos hacer y que va a ser una mejora, hagámoslo, será el principio de nuestro nuevo mundo.

Cambiar no es ni bueno ni malo, es sólo cuestión de naturaleza humana, lo que nos hace evolucionar, lo que nos hace imparables. No le neguemos al cambio la oportunidad de estar en nuestra vida, pero tampoco nos olvidemos de gestionarlo... el cambio es como un adolescente... si le dejas hacer lo que quiere, puede ser desastroso, pero si lo guías bien, se puede convertir en un adulto brillante.

jueves, 26 de enero de 2017

"Pesadilla en la oficina": Soy Interim Manager



Hace unos días hablaba con mis hijos sobre mi trabajo. ¿Qué es eso de interim manager mamá?
Les explicaba cómo mi objetivo es ayudar a las empresas con las que colaboro a mejorar sus procesos, a ayudarles a poner un proyecto en marcha, a formarlos sobre temas que desconocen. Cómo les acompaño una temporada, y después me voy.

Mi hijo mayor (15 años) se quedó mirándome y me dijo: ¡Ya entiendo! Eres como Chicote pero en versión oficina ... ¡Tienes que hacer el programa "Pesadilla en la oficina"! Nos reímos todos, pero no deja de ser una buena comparación que en algún momento más me servirá para explicar a qué me dedico a nivel profesional.

A pesar que el modelo de interim manager lleva ya en vigor desde la época de los 80, no es sencillo siempre que te miren "con buena cara" cuando lo explicas. En mi experiencia me estoy encontrando muchas veces con que una de las mayores trabas es la sensación de miedo y resistencia por parte de las empresas, con independencia de su tamaño: "Voy a enseñarle a un externo todas mis miserias y todos mis secretos industriales".

Es una duda razonable, completamente comprensible, pero es la misma duda que tendríamos que tener si contratamos a una persona para un puesto alto de gestión. ¿Qué pasa si no funciona, si "nos roba" el conocimiento o descubre cosas que pueden llevar a nuestra competencia y sacarnos mercado?

La confianza en el profesional no debe estar asociada a la duración de su contrato ni a si es personal interno o externo, sino a sus capacidades, experiencia y cualidades para alcanzar los objetivos que necesitamos conseguir como empresas
Al final, es sólo cuestión de confianza. Si no crees que pueda ayudarte, no lo contrates, pero en ninguna modalidad, ni en plantilla ni como interim. Pero si de verdad tiene la experiencia y capacidad que necesitas, si de verdad te aporta valor, firma un acuerdo de confidencialidad y aprovecha sus cualidades. Los beneficios de contar con estos perfiles, y que he tenido la suerte de vivir, pueden ser muy variados, pero al final, todos importan:


  • Tenemos unos objetivos definidos a ejecutar y entregar. No cobramos por hora/hombre ni por asistencia, sino por el valor real del servicio que prestamos. 
  • No "estiramos" los tiempos. Lo que pretendemos es comenzar el servicio en el menor plazo de tiempo posible, y siempre lo acordamos con el cliente: si pueden ser días, no serán semanas.
  • Aportamos toda nuestra experiencia profesional con independencia del tamaño del cliente o del proyecto. En muchas ocasiones, no se contratan perfiles altos porque no son sostenibles económicamente en la empresa, pero sin embargo, esta modalidad permite que el coste no sea "para siempre" sino sólo para cubrir la necesidad concreta.
  • Objetividad. No somos juez y parte, con lo que podemos ser imparciales en las observaciones. Es más sencillo ser objetivo cuando no tienes la presión de la cultura de la empresa.
  • Asumimos la responsabilidad del resultado y es más sencillo, aunque parezca mentira, que el personal haga caso a un externo cuando se trata de cambiar procesos.
  • Nuestro trabajo es nuestra marca, por lo que el nivel de compromiso que adquirimos es muy alto. Las referencias de cada proyecto, de cada cliente, son nuestra vida. Es por ello por lo que cada empresa con la que trabajamos se lleva "un poquito de nosotros".
Para mí, en mi experiencia de algo más de un año en este perfil, en los casos en los que he salvado el escollo inicial de "que seas un externo no me acaba de convencer", la experiencia es tremendamente positiva. De todas las empresas con las que he colaborado, de todos los proyectos en los que he participado, me he quedado con cosas positivas, aprendizajes de qué hacer y de qué no ... y todos ellos, se llevan una parte de mí que les regalo, que comparto con ellos y que acaban haciendo que me sienta orgullosa de haber puesto mi granito de arena en que hayan crecido...

A todos los que me habéis permitido y me seguís permitiendo sumar en vuestro equipo, a todos los que me habéis permitido y me seguís pidiendo ayuda para crecer, a los que me habéis dicho que hay un antes y un después de mi estancia con vosotros, a los que me habéis comparado con el eslabón que ha terminado de unir vuestra cadena, a todos los que seguís buscándome para ayudaros a tomar decisiones ... gracias por la confianza y por hacer de mi trabajo una experiencia personal de crecimiento.


sábado, 14 de enero de 2017

6 consejos si tienes que despedir a un trabajador

La peor parte del despido se la lleva el trabajador

A lo largo de mi vida profesional me he visto en demasiadas ocasiones en la difícil tarea de despedir a un trabajador. Los motivos, tan variados como las situaciones, desde un fin de proyecto inesperado hasta situaciones extremadamente delicadas rozando el delito. En en todas ellas, creo que lo importante es asumir que la peor parte se la lleva el despedido, que es una persona y no un recurso ni un número de empleado, y no vale decir que me vuelvo "aséptico" porque así soy más profesional y no sufro al comunicarlo.

Después de 20 años de vida laboral, no sólo he protagonizado estas situaciones desde ambos lados, sino que he visto, he vivido y he sufrido situaciones de lo más variado y, por desgracia, muy pocas en las que se haya tratado el momento con la delicadeza y la humanidad necesarias.

Está claro que nadie, por muchos años que lleve de directivo y por merecido que sea el despido, se acostumbra a ser el mensajero de malas noticias. Obviamente cuando digo "nadie", es nadie que tenga un mínimo de humanidad y no haya olvidado que, en cualquier momento, el tiempo lo pondrá en su lugar, y que, cuando se despide a alguien, la responsabilidad no es sólo del despedido... como jefes algo hemos hecho mal: o nos hemos equivocado al contratarlo, o no hemos sabido gestionarlo, o no hemos estado atentos a lo que ocurría y la situación se nos ha ido de las manos. ¿A cuántas personas conocéis que hagan esta reflexión tras un despido?... Yo, por desgracia, a muy pocas ... En cuanto el empleado sale por la puerta, pasa la situación a segundo plano... y al olvido.

Cuando pensamos en un despido, todos pensamos de manera automática en el momento en el que se le comunica la situación al interesado, pero el despido empieza mucho antes, con la toma de la decisión.
¿Qué aspectos debemos tener en cuenta en un despido? Son sólo mis consejos, lo que creo que pueden ayudar a la situación, pero no la convierten, ni mucho menos, en un buen trago

  1. Es muy importante tener claros los motivos y hechos concretos que hacen que se produzca esta situación, porque una vez comunicado, no hay marcha atrás. Alguna vez he visto esta situación: se llama al trabajador, se le comunica lo que ha sucedido... y ni era cierto ni nada más que un rumor!! El trabajador se acaba yendo igual, y se ha generado una situación totalmente insostenible.
  2. No sabemos cómo va a reaccionar el empleado y no somos dueños de su reacción, pero sí de la nuestra. Mantengamos la calma y escuchemos el "chorreo" siempre que se mantenga el respeto personal. Es el momento más difícil de la vida profesional de la persona que tenemos delante y es normal que quiera saber qué pasa y por qué. Para evitar estas preguntas, es bueno que antes hayamos hecho el trabajo de avisarle. Hay muy pocas situaciones (algunas hay) que hagan que tengamos que despedir a un trabajador de manera fulminante... y ahí el trabajador también es consciente de ello.
  3. Mantengamos la confidencialidad de la situación y no se lo comuniquemos a nadie que no necesite saberlo antes que al propio empleado. ¡Qué triste resulta que el empleado se entere de que lo van a despedir antes de que se le comunique por la vía correcta! Además de triste, hemos generado una situación de conflicto innecesario, ya que lo más probable es que se nos pidan explicaciones... con razón.
  4. En el momento del despido, mi opinión es que su jefe inmediato es quien debe comunicárselo, aunque no haya tomado la decisión. Es la persona que más lo conoce y que más cercana ha sido en el día a día con el empleado. Otra cosa es que cuente con el apoyo de RRHH para la entrega de documentación y explicación de la misma, pero no debe escaquearse porque es un trago muy duro. En ese momento, sobran los cumplidos y, sobre todo, las falsas promesas. ¡Lo estás despidendo! No te comprometas a nada que no puedas cumplir, y no digas frases como "yo no quería pero...", lo único que haces es confundir a la persona. Sé claro, explica los motivos y ponte en su lugar al escucharlos, pero no digas que te sientes peor que él, porque es falso.
  5. Permítele despedirse de sus compañeros. Hay muchos motivos de despido que no requieren tratar al trabajador como si hubiese prendido fuego al edificio. Sin embargo, en muchas ocasiones he vivido cómo se llama a la persona a última hora de la jornada laboral, 10 minutos antes de que termine, se le comunica el despido, se le acompaña a recoger sus cosas, y de ahí a la puerta. No hay despedidas, ni se trata a la persona con el respeto que merece. Esto va a provocar, seguro, inseguridades, miedos y rumores entre las personas que se quedan. Si no ha hecho nada terrible, despedirse y desear buena suerte es un momento de desahogo importante.
  6. Una vez se haya ido el trabajador, explica a los demás, de manera concisa y sin entrar en opiniones, que se le ha despedido y porqué. Para los rumores antes de que empiecen. Nada hay que sea más destructivo que un equipo con rumores y apuestas de quién va a ser el siguiente.

Y ya pasado el momento, reflexiona sobre lo que ha pasado, qué ha fallado, qué has hecho mal, qué debes corregir, o qué debe corregir la empresa o el equipo. No permitas que esta falta de reflexión te lleve a cometer de nuevo el mismo error.

Dicen que es de sabios rectificar... también lo es aprender de los errores y de las cosas que suceden.